Tinkuna.
-Los caminos por venir-
soplos y visiones 2013.
Por: Fernando Guerrero F.
"Esta
palabra es como el agua, Va, danza en la lluvia y escribe en la sangre de quien
camina el territorio. Esta palabra trae los silencios del páramo, busca entre
las hendiduras de la piel, esos vocablos que se han escrito en el paso de la
historia. Esta palabra es como el agua y el barro, cuando se unen a quien la
escucha, Moldea el gesto por donde la noche trafica sus constelaciones"
Cuando se camina el
territorio, se empieza a escuchar de otro modo los vocablos que trafican los
días de la infancia. Uno en ocasiones no camina con el latido de cada una de
las cosas que nos rodean, uno en ocasiones es un poco desprevenido, despistado,
deja de escuchar el sonido de la hojarasca crepitando entre las orillas del
tiempo, poco caso se hace a la aurora en donde el grillo escarba las
complicidades del sueño y la vigilia.
Estas palabras, son parte de
un camino, como todo camino, el horizonte siempre es y será incierto, uno no
sabe a quien escribe, para quien, o desde donde, uno, simplemente deja llegar y
confluir el incesante universo de creación que hay detrás de cada vocablo. En ellos,
cada historia busca un modo de nombrarse, de contarse, de llegar y abrir una
senda de significados y traducciones infinitas, porque así es el acto de
escribir, una destinerrancia sin destinatario previsto, porque, uno no llega a
saber quien será el lector de las paginas que han llegado a tomar vida propia.
Los libros, son muertos
vivientes –me diría un gran amigo y maestro escritor, Bruno Mazzoldi-, y fue
con el pasar del tiempo que fui entendiendo ello, que fui reconociendo esa
frase en muchos de los caminos en donde escribir era despertar aquello que
parecía estar oculto y escondido de la memoria de los que habitan nuestras
regiones.
Nuestra memoria, esa memoria que
trae el canto de los altos paramos en el sencillo movimiento del frailejón, esa
memoria que deja escuchar el canto de los gorriones en las eternas tardes de
variados colores donde todo se incendia de poéticos ardores, esa memoria que
trae la voz del agua y deja hinchado el corazón por el canto olvidado de los
ojos de agua, esa memoria resuena cada día y se hace latente cuando caminar un
territorio se convierte en el despertar de la tierra y el renacer de la
historia que se ha escondido a nuestros ojos y oídos.
Se hace necesario escuchar
dislocando el oído y la mirada, colocando en sitios distintos nuestros
sentidos, para así impregnarse del perfume y hedor palpitante de la memoria
antigua que se riega por cada uno de los caminos en donde se viven los andes.
Se hace necesario que el corazón teja la noche en sus manos, que sean sus manos
las que deletreen esos alfabetos inasibles por donde la tierra ha escrito otra
historia; se hace necesario regresar a las fuentes y lanzarse sin temor a
escribir en el movimiento y cambio de estas, porque ya se ha vivido el tiempo
del nacer del trigo, y ahora se esta danzando en el estallido de la montaña,
tras el velo extraño de lo que vamos llamando progreso.
Las generaciones que va
llegando, unas sensibles, otras despreocupadas por la tradición y el
re-conocimiento de los saberes de antigua, viven una crisis de la memoria, se
empeñan en conseguir los ideales de razón y progreso que vacían de sentido la
vida que vivimos. Queremos la estatua del silencio en medio de un jardín de
floridos vuelos de minacuros, preferimos el avasallador y desgastante ruido de
las calles solitarias, al transito entre quebradas y manantiales que cuentan
otra historia nacida en la semilla del sol al topar el canto del verano.
Nuestras generaciones están en el hilo desgastado del olvido, penden entre dos
mundos que colocan en crisis sus decisiones, escinden su palabra y con ello su
historia, porque, ya casi no se cuentan las historias del fogón, ni se aviva el
calor de la tulpa para escuchar aquello que en estas regiones hacia incendiar
la memoria.
En medio de esta crisis, van
apareciendo voces diversas que van contando la historia de estas regiones,
mayores, taitas y sabedoras, médicos tradicionales, danzantes y chasquis que van tejiendo otros vocablos en
medio de la palabra que invisibiliza el andar de una región encantada.
Tinkuna, es parte de un
camino con varios amigos y sabedores que incendian con su palabra el corazón. Tinkuna
es el salir hacia la media noche hacia el alto paramo, para escuchar si aun el gritón
o la madre monte hacen temblar el cuerpo en medio de una luna llena. Tinkuna es
beber de las aguas de las piedras y los mullus, donde se encuentra depositado
la sabia andina que da fuerza y vigor al corazón para la guerra y el camino.
Tinkuna es encontrarse con los cuatro vientos que golpean el cuerpo en el lugar
sin destino que es la palabra, y prendarse de esos vientos para viajar ligero y
tranquilo en las cuatro regiones de estos tiempos. Tinkuna es deletrear los
colores del ambiwaska para volar con el colibrí en los jardines de juan chiles,
tinkuna es danzar con las antiguas escrituras talladas den las piedras cuya
espiral es un infinito viaje hacia lo desconocido que somos. Tinkuna es mirar
el paramo y sentir la antigua danza de venado rojo, para que ahí, el rojo de
las montañas se vuelva el color cobre que da nombre a los andes, porque andes
es en quechua ANKI, montaña de bronce bañada por el sol.
Tinkuna es una hoja de árbol
que aun viaja en el viento, semilla y palpitar de un camino extenso que aun no
termina, que quizás no tenga termino puesto que ya de por si, estos vocablos
que a ustedes llegan, se hacen un puente y una Chakana en donde va el corazón
enfermo.
Aquí va Tinkuna:
“Libro del monte, libro
de la selva, libro de fuego escrito en las páginas del desierto, libro del
ritmo depositado en las olas del mar, libro del agua cantora tejida en las
manos del runa andino. Libro cuyas palabras se despiertan alrededor del fuego,
en noches estivales y de embriagues lucida con el universo.
Soplan al fuego para avivar vocablos de escrituras
sagradas, talladas en las piedras de los altos paramos, unos a otros, cara a
cara, canto a canto, se entregan a la danza, se mueren por un instante, se
nacen haciéndose fraternales en el abrazo, en la caricia, en las distancias que
acercan al oír el canto nacido en sus corazones.
Las palabras nacidas por el fuego de otras voces y
otras lenguas en las cuales se escuchan, brillan con luz propia, y en la luz de
cada astro, teje a quienes las escuchan en un viaje interminable.
Escuchan los rumores del fuego: del fuego ardiendo
en el libro nacido al dormir en el sueño de la selva, en las páginas
inmemoriales teñidas en sus cuerpos selváticos: Montes, paramos y desiertos
escritos en la sangre, Arroyos del tiempo bañando sus cuerpos escribiéndoles
con la tinta de una tierra encantada.”
Ese caminar por estas regiones, este escuchar lo
que aun se cuenta y comunica alrededor de ese otro fuego antiguo que nos convoca
en la palabra, ese caminar sin tiempo ni edad, es quizás uno de los riesgos que
se asume al navegar por el insondable territorio hechizado que nos rodea en la
palabra, porque:
“Los
cerros hablan en su lengua, en aquella musicalidad tallada y escrita en las
hojas de los árboles, traducida por el canto de las aves y el paso de los ríos
llevando cantos de luminosa emancipación.
Todo se inventa nuevamente, las
palabras llaman otras palabras, los cantos son hablas de gente poblando las
alturas de los cerros, las profundidades de los abismos, debajo de abajo,
saliendo en las formas oídas y miradas al mover las manos.
Las plantas tienen espíritu, samay
dijo el taita, escuché el samay de la piedra, de la nube, de la montaña, una
entre tantas, una entre muchas, somos así, llenitos de hablas, somos la piedra,
el canto de esa ave, la música de las hojas al caer en la arena, cada uno una
hoja, una piedra, un grano de arena viajando en las páginas de la tierra.
Los cabellos hilan el saber de una
tierra, las manos acarician los cabellos en cada mañana, finos hilos de araña
entre finos hilos de la noche, sienten como si las cascadas en la noche
hubieran bañado de brillo su cabello, con otras aguas, con músicas y tinturas
de la selva, como si en el sueño las palabras del sueño ya no fueran las
mismas, tal vez estarían hiladas al paso de los astros y el sueño de la aves en
la silenciosa armonía del himno nocturno. Ahí se canta, se sopla, se vuela en
las palabras, nombramos en el resplandor del día y el día aparece entre la negra
claridad de las cosas, de las formas, ahí los ojos bien abiertos y el oído bien
despierto y atento.
El canto de los taitas se acerca cada
vez más, está aquí y está en aquella lejana tierra de exilio, los escucho,
llegan, sonidos de cascadas, galopar de caballos desbocados, vuelo de colibríes
y gruñido de tigres, aleteo de escarabajos y cigarras, caminata de hormigas y
aleteo de mariposas, cantos de ranas y melodías del río en el río de la vida.”
Ese canto, ese transitar de la vida en cada uno de
nuestros pasos: ¿cómo lo vamos tejiendo a la voz de los que vienen?¿como
estamos hilando esos saberes a una generación que va dejando su palabra en
prenda con un desgaste de la memoria y queda en deuda con la responsabilidad de
hacer visible el canto de una región diferente a otras?
Hablo aquí de un canto, del canto que cada uno
tiene, de la historia y la memoria que cada uno es, de esas maneras de confluir
entre historias para hacer la propia, la que es diferente en Mozambique, en
Shanghái o Bogotá, la que hace percibir que cada uno es de una región, que
desde una sencilla casa en la vereda de macas o un caminar por el alto
tutalchak se puede contar el paso de la historia, que podemos ver el mundo
desde nuestros caminos y a la vez prender el canto que lleva nuestra vida. Porque cantos y prestamos de
cantos hay muchos, podemos coger historias de todos los lados y dejar de vivir
nuestro propio canto.
(historia del cuscungo y el mochilero)
Contare con estas y otras
palabras la manera de ver el mundo desde lo que tenemos en estas regiones.
Cuando iniciamos hace unos meses el acompañamiento a la comunidad de
Muellamues, y empezamos a hacer un documental sobre el legado ancestral que se
encuentra en Tulpud, fuimos encontrando que toda una tradición y unos saberes
se escondían en este territorio. Queríamos hacer un rodaje acorde a la
cotidianidad de la comunidad, y fue ahí
que para hacerlo acorde a estas tradiciones, para seguir la construcción de
esta casa del saber, fuimos comprendiendo que el calendario lunar es mas que
importante para poder hacer estas construcciones. Uno no puede cortar paja cuayar en cualquier momento, tampoco la
madera y los bejucos que sostendrán la casa, hay que estar muy pendientes de lo
que la luna va influyendo, si se corta en quinto de luna la madera se apolilla
fácilmente, si se corta el cuayar en luna que no es, este se pudre fácil y se
corre el riesgo que la casa se dañe. Todo esto lo fuimos escuchando en palabras
de don Alfredo quenan, doña mariana, la profesora lucia moreno y tantos otros comuneros
que en esta región van haciendo memoria.
Cuando nos preguntamos por la casa que se iba a construir, fue cuando
nos quedamos inquietos porque si bien es una casa tradicional hecha a la manera
antigua, como hacer que esta casa permita fortalecer y retomar las historias
que permitían mantener viva una tradición. Ahí fuimos entendiendo que estamos
inmersos en sistemas de vida que son ajenos a la vida de nuestro territorio,
con economías prestadas, con modos de trabajar la tierra muy dispares a la manera
tradicional de mantener y cuidarla. Vimos que la soberanía alimentara estaba
vulnerada, porque ya no se tiene buen alimento, se come por comer y lo que
halla, se lleva a la tulpa lo que se encuentra y no lo que se siembra y se sabe
que es bueno para comer. Se envenena de manera constante y sin precaución la
tierra, se llena de cosas inútiles la
casa y acumulamos cantidad de cosas innecesarias. Todo esto esta fuera de la
casa que tradicionalmente mantenía el equilibrio entre el pensamiento, el
trabajo y el andar el territorio.
A pesar de que la tradición
esta viva, de que esta mantienen conocimientos que armonizan la vida y con ello
el territorio, nosotros preferimos vivir lo que el mundo nos da y los
imaginarios que nos hacen creer que el mundo es lo que vemos de afuera. Me
pregunto ¿que tan responsables y que tanto somos coherentes con nuestra manera
de mantener la vida?
Escribir no es solo mostrar
los caminos bellos de una tradición y un legado que se hace visible en medio de
estos panoramas siempre enigmáticos como son los que se ficcionan en nombre del
progreso y el desarrollo. Escribir es
buscar alternativas de vida para hacer de la vida un canto que permite contar
otra historia. Quizás en Muellamues esta casa sea el inicio de un camino por
venir donde se enseña a despertar y activar la memoria de las generaciones que
vienen, quizás en otros territorios estas iniciativas estén ya dando frutos y
se encuentre en un tiempo no muy lejano, una alternativa de sostenibilidad
familiar y a la vez de vivencia en el latido sensible de una región, quizás
vengan nuevos escritores, nuevos guardianes de memorias que permitan tejer,
hilar, contar otras historias en donde el sonido de la calandra deja bajar el
espíritu del monte para con el caminar en la vida misma de lo que nos rodea.